No sólo Frivolidades

Autoreflexiones de una pensadora compulsiva. Inquieta por naturaleza y con pánico al aburrimiento y a la inactividad.

martes, 2 de noviembre de 2010

Para los "pequeños"


La esencia se guarda en frascos pequeños… “y también el veneno”, me respondión uno de mis profesores del instituto en mitad de una clase.

¿Y qué ocurre con Nosotros, gente cuya longitud no supera el metro sesenta? Todo aparentemente está hecho para “gente grande”, excepto algunas tiendas, con sus colecciones especiales de ropa (como la anglosajona Top Shop).

Supongamos que yo (con mi metro y medio) me dispongo a tomar un agradable y relajante baño con sales y burbujas (¿¿agradable??). ¡Es una gran aventura! Primero: tendrás que darme la razón si puntúo que escurridiza, ¡peligrosa! ¿O no? Segundo, para tomar este relajante baño, tendrás que la superficie de la bañera es resbaladiza, tumbarte en la susodicha bañera. Entonces, responderé a esa pregunta que hice sobre qué ocurría con Nosotros: Mientras tú usarías tus pies como apoyo para no resbalarte (recordemos el peligro de “la bañera enemiga”) e introducir tu cabeza en el agua llena de mil potingues aromáticos, nuestras cuellos tienen que corformar un ángulo de 90 grados respecto al resto del cuerpo para evitar ahogarnos. Conlusión: nuestro relajante baño nos deja el cuerpo en forma de “L” y un dolor de cabeza y cervicales considerable.


El “super-ceñido-pantalón-pitillo”, todo un invento. Ha sido la primera vez en toda mi vida que consigo ponerme unos pantalones recién comprados: ¡Antes era imposible hacerlo sin que pasaran anteriormente por sus arreglos correspondientes en los bajos! Y si hablo ya de lo estupendamente divinos (sin sarcasmo) que son los altísimos tacones, ¿en realidad debemos estar agradecidas por poder usarlos sin hacer a ningún novio aparentemente bajito? Si mis pies y mi espalda hablasen, no sería precisamente para agradecer nada a este invento. A veces pienso que si me torciese el pie, no correría tanto perligro de partirme un tobillo como de partirme el cuello. De todas formas, nunca olvidaré la cariñosa frase de un amigo de la infancia: “no sé para que te pones esos taconacos, si te seguimos viendo igual de chica...”.

Otra gran aventura es el metro. Entiendo que las barras de sujeción estén altas, par aque los altos no se vayan golpeando. Pero si se me ocurriese intentar agarrarme (por supuesto, uno de esos días que llevo mis tacones, si no no llegaría), no se me va de la cabeza el terror a que el metro pare, y mi posición, debido al poco agarre tanto a la barra como al suelo (por el gran estiramiento que hace mi cuerpo para llegar a la dichosa barra) pase de ser vertical a completamente horizontal. Me quedaría literalmente tumbada.

De todas formas, Nosotros somos: más ágiles, podemos usar ropa y calzado de niños (más barato y con más color), tenemos que echarnos menos crema en el cuerpo, podemos hacernos un ovillo corporal y dormirnos mientras viajamos en tren… Y paro, porque si no las “grandes personas” empezarían a tener complejo…

Aún así y con todo, tengo el orgullo de reconocer que sigo amando mis tacones.

xox

2 comentarios:

  • A las 11/02/2010 , Anonymous Anónimo ha dicho...

    Estás a tope, ehhh... biennnn.

    Fali.

     
  • A las 12/15/2010 , Anonymous antonio moya ha dicho...

    quien es el amigo de la infancia???jajaj

     

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