No sólo Frivolidades

Autoreflexiones de una pensadora compulsiva. Inquieta por naturaleza y con pánico al aburrimiento y a la inactividad.

miércoles, 20 de abril de 2011

Malena es un nombre de tango

[...] y nunca he estado tan segura de hacer las cosas que tenía que hacer, ni de hacer las cosas bien, aunque otras sombras, agazapadas en los pliegos de aquellas horas que inflaron el verano, ESCAPABAN CON FRECUENCIA A MI CONTROL y emprendían un crecimiento frenético que multiplicaba miles de veces su tamaño, hasta desbordar en todas las direcciones el espacio reservado A LOS REMORDIMIENTOS COMUNES y seguir extendiéndose imparables, para bordear las fronteras de su territorio, SOBRE EL QUE YO NO POSEÍA NINGÚN DOMINIO. Entonces, Fernando, que era el único objeto de mi pensamiento, pasaba a un segundo plano,  Y ERA YO QUIEN ME PREOCUPABA A MÍ MISMA, YO QUIEN ME DISGUSTABA, YO QUIEN, DE NUEVO, ME SUMERGÍA VOLUNTARIAMENTE EN UN PANTANO  del que creñia que los ojos de mis amante habían logrado arrancarme para siempre, y dudaba de las verdades viejas, PERO NO DUDABA MENOS DE LAS NUEVAS.

Desarrollé un sentido especial para comprender cosas que no conocía, y tal vez esa ignorancia alimentó mi angustia con más tesón que sus propias causas, porque creía sinceramente ser LA ÚNICA CRIATURA EN EL MUNDO QUE EXPERIMENTABA, que había experimentado alguna vez, los efectos de PASIONES tan intensas y TAN CONTRADICTORIAS, y me aterraba estar segura de que Fernando no me amaba tanto como yo lo amaba a él, pero me aterraba más reconocer que no era su lealtad lo que más me atormentaba, sino mi propia DEPENDENCIA. Echaba de menos los ingredientes del romanticiso convencional, porque nunca nos miramos arrobados con los dedos entrelazados, y no nos sentábamos en ningún banco para contemplar las puestas de sol, y nunca jamás hablamos del futuro -un tema que ambos, parejamente conscientes de nuestras circunstancias, eludíaos con un cuidado rayano en la neurosis-, y los besos, y las caricias, y los abrazos, como un frente de nubes cargadas de lluvia, nunca se agotaban en sí mismos, y me parecía que eso no estaba bien, que estabamos condenados a quedarnos para siempre en el peldaño inmediatamente inferior al sublime éxtasis espiritual que resume el amor en teoría, pero al mismo tiempo, akgunas veces, mientras Fernando se movía dentro de mí, un sentimiento ambiguo propio y ajeno, HECHO A MEDIAS DE EMOCIÓN Y DE CULPA, descendía desde un nivel situado muy por encima del placer corriente,  para concederme una suerte de estado de gracia que me retornaba a las parcas manifestaciones de fervor religioso que habían jalonado mi infancia, aunque mi enajenación crecía hasta alcanzar cotas que jamás había rozado antes, y sin embargo no era esa pagana conexión lo que me angustiaba.

ALMUDENA GRANDES

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